¿El
coaching es hijo de quién? ¿Tiene un padre específico?
No, no lo
hay. El coaching tiene múltiples padres. Tiene una tradición muy antigua.
Comienza en los deportes. Es un término que surge en los Estados Unidos y que
emerge, básicamente, cuando una persona se hace cargo de la preparación de un
atleta o de un equipo y logra que esa persona o ese equipo tengan un desempeño
sobresaliente.
¿Pero
quién fue el que lo sacó del deporte y le dio sentido empresarial?
Creo que
hay varias corrientes que llevan el coaching a la empresa, no solamente a la
empresa sino a dominios más amplios del fenómeno humano, como nosotros que
fundamos el coaching ontológico.
¿Qué
edad tiene el coaching ontológico?
Se pueden
distinguir distintas fases, una un poco informal o espontánea, sin un intento
de sistematización, que comienza en la década de los 80 con Fernando Flores, un
ingeniero con un doctorado en Filosofía en Berkeley que luego se dedicó a la
política, fue incluso senador de la República en Chile.
¿Y usted
y el coaching ontológico qué vienen siendo?
Julio Olaya
y yo somos los que hacemos un intento por sistematizarlo, convertirlo en una
profesión y elevarlo a un nivel distinto en California, esto ya en el año 91.
¿Cómo
explicar el coaching a un niño?
Yo le diría
que es una persona que te ayuda a lograr lo que tú quieres pero sientes que no
puedes.
Creo que
todo ser humano enfrenta dificultades, enfrenta la experiencia de sentir que su
capacidad de actuar y de lograr ciertos resultados, tiene límites. No es algo
que tenga que ver con una educación deficiente. Si pensamos en la mejor
educación, es muy posible que mantengamos la misma impresión de no poder ir más
allá.
¿Se
requiere una edad mínima para aprender coaching?
Yo creo que
sí, aunque hemos tenido gente de 22, 23 años, el coaching ontológico requiere
una experiencia de vida mayor, no solamente para poder intervenir de una manera
más efectiva sino, sobre todo, para poder comprender a gente que tiene otro
tipo de experiencias.
Entonces,
¿cuenta el kilometraje?
Aprovecha
más de la experiencia una persona que esté sobre los 28 años. Pero así como los
jóvenes no logran aprovechar tanto, posiblemente los demasiado viejos, con
hábitos muy establecidos, también puedan tener problemas.
¿Cuál es
el primer paso para la persona que se decida por el coaching?
Estar
dispuesta a soltar certidumbres, a revisar hábitos, a abrirse a una mirada
distinta de la vida, a ceder a formas de ser a las que no estaba acostumbrada,
sin nunca perder la autonomía de pensamiento,
Los
pacientes técnicamente hablando de coaching ¿quiénes son? ¿La gente ganadora
que quiere más o la perdedora que busca un salvavidas?
Ambos. Y no
son pacientes porque muchas veces al paciente le atribuimos la calidad de estar
enfermo, de estar sufriendo alguna patología del tipo que sea. Y el coaching es
algo que es necesario para cualquier ser humano que percibe que hay cosas de la
vida a las que no logra ascender, resultados que no logra alcanzar, de ahí que
nosotros fundamentalmente vemos al coaching ontológico como un facilitador de
aprendizaje y no como un terapeuta.
La
mayoría de su público son inconformes. Por su experiencia, ¿esa inconformidad
gira en torno a qué?
Hay gente
que está buscando un sentido de vida más amplio, más profundo, que muchas veces
se enfrenta a sufrimientos que no logra superar y que busca una opción de vida
más plena. Pero hay otras personas que lo toman por motivos profesionales.
Hemos tenido sacerdotes que lo toman para hacer un trabajo pastoral más
efectivo; maestros, consultores, sicólogos, ejecutivos, ministros de Estado...
la gama es muy variada.
Las
modas nos atraviesan como olas. Primero había que saber mandar, luego la clave
era saber controlar, ahora vamos en que hay que saber acompañar. Para alguien
escéptico de todo ésto, ¿cómo convencerlo de la utilidad del coaching?
El coaching
ontológico es una propuesta de profundas raíces filosóficas y eso es un dato
muy importante. Más importante que el coaching ontológico es la propuesta que
hacemos sobre el fenómeno humano que llamamos ontología del lenguaje. Esa
propuesta es enseñada hoy en día en múltiples universidades y empresas. Creo
que ahí hay una diferencia importante que va más allá de introducir una nueva
moda.
y en la
necesidad, y ahí nos acercamos a Aristóteles, de restituir los vínculos
solidarios con la gente. La posmodernidad es a la vez una fase crítica de la
modernidad, que todavía no encuentra un discurso alternativo y por eso mezcla
muchas cosas.
Y
siempre es más fácil mirar hacia atrás que hacia adelante.
Bueno, el
pasado pasó y por tanto cuesta menos mirarlo que aquello que todavía no ha
pasado. Tenemos que mirar el pasado para aprender pero, sobre todo, para
rediseñar futuros diferentes que no nos vuelvan a hacer caer en los problemas
que tuvimos en el pasado. Parte de lo que planteamos es que la humanidad tiene
que producir una rectificación muy profunda, si seguimos como estamos nos
destruimos como especie y destruimos el planeta y esto implica un planteamiento
ético fundamental hacia una refundación de lo que son las condiciones básicas
de la existencia humana.
Fernando
Savater, en uno de sus libros, es muy diciente con la dedicatoria para sus
lectores: “A los que no lo tienen todo claro”. ¿El coaching es para los que no
lo tienen todo claro?
Sí y no...
y la pregunta me gusta mucho porque yo creo que todos no lo tenemos todo claro,
es más, sobre las cosas más importantes no lo tenemos para nada claro. Y el
coaching es para aquellos que creen que tienen todo claro, y están atrapados en
algo que limita mucho sus relaciones.
Tres
consejos de primeros auxilios filosóficos para escapar a tanta retórica y
retomar nuestra propia espontaneidad.
No es fácil
dar primeros auxilios filosóficos, pero diría que lo primero es aprender a
escuchar, la historia de la humanidad ha sido hasta ahora la historia de una
humanidad que no sabe escucharse, que cada vez que encontramos una diferencia
muy grande con el otro, rompemos. Lo segundo es reconciliarnos con la
emocionalidad y la corporalidad, concebirlo como que son parte de nuestra
dimensión humana. Y por último, ser muy precavido frente a lo que algunos
invocan como la verdad. Porque cuando creemos que hemos accedido a la verdad,
despreciamos al otro, lo descalificamos, lo invalidamos, y eso nos ha hecho
mucho mal.
¿En
últimas lo que se busca es ser más sensible frente al otro y frente a nosotros
en la soledad?
Más
sensibles sí, más aceptadores, más inocentes, menos culposos frente al otro y
frente a uno mismo. Aceptando nuestras precariedades sabiendo que la conciencia
que podamos tener de ellas son la base de lo que podemos desarrollar
posteriormente.
.
De esa
época de su pasado, ¿qué no le gustaba y qué logró cambiar?
El
fundamentalismo de izquierda, la presunción de que era poseedor de la verdad,
mi dificultad para abrirme a otros que pensaban muy distinto y respetarlos. Fui
una persona dogmática, una persona que me desplazaba por el mundo en forma muy
rígida y que en definitiva contribuí a un drama nacional en Chile. No soy
responsable de las atrocidades que se hicieron después, pero sí de la
polarización. Y el golpe militar contra Salvador Allende es el resultado de la
polarización y yo fui parte de eso.
Las
palabras son el intermediario obligatorio en nuestra existencia y cada vez
somos menos preparados para usarlas, hay cierta indolencia hacia el lenguaje.
¿Eso es parte del problema que tenemos en comunicación?
Esa es la
columna vertebral de nuestra propuesta, que el lenguaje es acción. Antes se
entendía que el lenguaje era algo descriptivo, algo pasivo. La filosofía del
lenguaje redescubre la dimensión activa del lenguaje porque cada vez que
hablamos estamos actuando.
¿Otro
primer auxilio filosófico sería fortalecernos en el lenguaje?
Sin duda,
hay que asumir la responsabilidad que nos cabe por la forma como operamos en el
lenguaje. Perder esa inocencia en la que decíamos “pero no fueron sino
palabras”... ¡Cuidado! Las palabras son extremadamente poderosas. Venimos de un
Dios cuyo poder creador viene del poder transformador de la palabra. No hay
nada más poderoso para los seres humanos que reconocer el poder creador y destructor
de la palabra. Por eso creo que parte central de la propuesta es mirar el
habla, las prácticas conversacionales desde una perspectiva que no habían sido
adecuadamente vistas antes y hacernos responsables de ellas de una forma
distinta.
En un
mundo charlatán, ¿a qué palabras hay que creerles?
Considero
que la solución para eso, porque es cierto que vivimos en un mundo invadido de
palabras, es una conexión muy profunda en el alma de cada uno, para desarrollar
capacidad de discernimiento que me permita escoger o rechazar propuestas,
discursos, publicidades que nos llegan por todos lados. Si no hay esa conexión
muy profunda estamos sujetos a ser empujados por palabras contradictorias que
nos pueden llevar a cualquier lado.
Primero
fue la magia, después fue la religión, después la filosofía, ahora el coaching.
¿No cree que lo que tenemos es exceso de técnicas y nos está faltando espíritu?
Claro,
exactamente por eso es que el coaching ontológico, como la ontología del
lenguaje, son básicamente ofertas que buscan recrear el dominio de la ética,
hoy en crisis, por eso es que creemos que es muy importante volver a
preguntarnos por el fenómeno humano.
¿Qué
pregunta específica?
¿Cómo somos
genéricamente los seres humanos, más allá de nuestras diferencias individuales?
Es una pregunta que sabemos que es inconclusa, que el ser humano es un ser que
no solamente es criatura, es creador y no solamente es creador de mundos, es
creador de sí mismo, los seres humanos estamos en el mundo participando con los
dioses en el acto sagrado de nuestra propia creación, por tanto es una pregunta
que siempre va a ser una pregunta a medias, pero en esa mitad podemos
establecer consensos.
¿Y la
certeza de un mundo en caos?
Considero
que los problemas que hoy encaramos son demasiado serios como para no sospechar
que muchas de las cosas que hemos dado por ciertas requieren de una revisión.
Vivimos un mundo catastrófico por cosas que provocamos nosotros mismos y creo
que tenemos que despertar. En eso es en lo que estamos nosotros, muy humildemente,
con mucha incertidumbre y sin ninguna certeza. La certeza es algo de lo que me
desprendí, todo es conjetural. Si es mejor, me inclino por ese lado y sigo por
ese lado, y voy a reencontrarme con los límites y precariedades y eso me va a
obligar a avanzar más lejos.
En
últimas, ¿lo primero que hay que hacer para reinterpretar nuestra existencia es
comenzar a escuchar?
Yo lo diría
a la inversa: para comenzar a escuchar hay que soltar las certezas, si me apoyo
en mis certezas puedo oír al otro lo que dice, puedo repetir lo que dice, pero
no lo voy a comprender porque mis certezas me van a bloquear para acceder a su
historia, a su sensibilidad, a su diferencia frente a la mía.
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