El 8 de
septiembre la Asamblea General de las Naciones Unidas instituyó el Día
Internacional de la Alfabetización.1
En el mundo
de hoy, uno de cada cinco adultos, de los cuales las dos terceras partes son
mujeres, no ha sido alfabetizado y 72 millones de niños no están escolarizados.
En 1965, la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(en inglés United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization,
abreviado internacionalmente como Unesco) proclamó el 8 de septiembre Día
Internacional de la Alfabetización.
Los avances
en materia de alfabetización son un tema para celebrar, ya que el número de
personas alfabetizadas a nivel mundial ha llegado a cerca de cuatro mil millones.
Sin embargo, la alfabetización para todos - niños, jóvenes y adultos - es
todavía una meta lejana. El continuo aplazamiento de esta meta es resultado de
una combinación de factores, como el trazado de metas demasiado ambiciosas, los
esfuerzos insuficientes o descoordinados, y la subestimación de la magnitud y
complejidad de la tarea. Las lecciones aprendidas en las últimas décadas dejan
en claro que lograr la alfabetización universal requiere no solo de mayores y
mejores esfuerzos, sino de una voluntad política renovada para pensar y hacer
las cosas de manera diferente a todos los niveles: local, nacional e
internacional.
La
alfabetización, una inversión imprescindible
La
alfabetización y la educación son cimientos sobre los que se puede construir un
mundo mejor. Las personas que saben leer y escribir están más capacitadas para
elegir y llevar una vida más plena. Son personas más libres, trabajadores más
productivos e individuos menos expuestos a la miseria y con mayor facilidad
para adaptarse a nuevas circunstancias. El desarrollo económico, el progreso
social y la libertad de los seres humanos dependen del establecimiento de un
nivel básico de alfabetización en todos los países del mundo.
Uno de los
grandes desafíos que permanecen es la alfabetización de las mujeres, marginadas
históricamente del acceso a estos conocimientos. Sin embargo, la experiencia ha
demostrado que la inversión en la educación de las niñas y la consiguiente
capacitación de las mujeres se traducen directamente en una mejor nutrición,
salud y rendimiento económico para sus familias, sus comunidades y, por último,
para sus países. De hecho, resulta más eficaz incluso que la inversión en
educación masculina.
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