¿Cómo hacen los que, en plena madurez, deciden emprender un
negocio propio? Protagonistas de este fenómeno y expertos en el tema hablan de
las ventajas y los obstáculos que se encuentran cuando se abandona la
trayectoria de toda una vida para probar suerte en el universo empresario.
Silvia Rodiño y Nicolás Morazzo
Basta con echar una mirada a los avisos de búsquedas
laborales en los diarios para comprobar que quienes han superado los 40 años
raramente son tenidos en cuenta cuando se trata de incorporar personal. Y los
números confirman esta tendencia. Según datos de 2005 de la ONG Instituto Mundo
del Trabajo (IMT), en la Argentina la cantidad de trabajadores mayores de 50
años es de 3,05 millones, de un total de 5,75 millones de personas que tienen
entre 50 y 64 años. Es decir, poco más de la mitad (53,04 %). Por otro lado, se
calcula que el 20% del universo de trabajadores de 18 a 50 años se desempeña en
forma independiente, pero ese índice asciende a 30% en la franja de los mayores
de 50.
"Hasta no hace mucho, los mayores de 60 apenas
representaban el 2% de la población. La idea básica era que quienes estaban en
el mercado de trabajo tenían entre 18 y 50. El régimen jubilatorio se
estableció con este criterio; era un premio al superviviente", argumenta
Pepe Robles, director del área de investigaciones del IMT.
Pero actualmente el panorama es distinto: el 10% de la
población tiene más de 60 años. Lo que, según Robles, impacta en el mercado
laboral de dos maneras: "sobre los mayores que todavía no tienen edad para
jubilarse, pero no encuentran trabajo porque son objeto de la discriminación; y
sobre aquellos que, al jubilarse, se transforman en sujetos pasivos aunque se
encuentran en un momento plenamente creativo y activo de sus vidas".
Ahora o nunca
En este contexto, la creatividad y el ingenio son
fundamentales cuando está en juego buscar o generar un empleo para quien ronda
los 50 años. Es más, ésta puede ser una oportunidad ideal para jugarse por un
proyecto que quedó relegado para un futuro impreciso. Así lo hicieron muchos
trabajadores que se encontraron desocupados en plena madurez. Eso sí, en todos
los casos, primero tuvieron que demostrarse a sí mismos que, hicieran lo que
hiciesen, no se trataba de empezar de cero.
Según Nora Socolinsky, de NS Consultora, los adultos mayores
que están buscando una fuente de trabajo tienen que tomar conciencia de que
"cuentan con un capital personal acumulado durante su vida, un capital que
se traduce en saberes de distinta índole: organizar, administrar, ordenar,
conducir. En sus agendas (reales y virtuales) disponen de contactos de lo más
diversos. La clave es usarlos para avanzar".
Eso constituye una diferencia: "Es distinto
posicionarse desde un 'no tengo nada1' que desde un 'tengo un capital para
ofrecer1'. No hay duda de que será necesaria la capacitación y la actualización
de conocimientos, pero lo fundamental será poner en juego el capital cultural y
laboral ya existente", explica Socolinsky-.
Desde la cocina
Así lo entendió Regina Baena, de 64 años, conocida como
Nucha, tanto por sus familiares y amigos como por los clientes de la cadena de
repostería artesanal que lleva su apodo. "Siempre me gustó esto. Aprendí a
cocinar desde chica y tengo bastante imaginación. Hice cursos y durante años la
pastelería fue mi hobby. Hacía tortas para las fiestas que mis hijos organizaban
en el colegio juntando fondos para el viaje de egresados. Las madres me
compraban seguido, pero no me lo tomé en serio hasta que falleció mi
marido".
En 1987, con 46 años, Nucha enviudó. "La necesidad me
llevó a pensar en esto como un negocio", dice sin vueltas. Al comienzo,
trabajaba en la cocina de su casa, sus hijos hacían de cadetes o la ayudaban a
batir huevos. "Cuando la cocina quedó chica, construí un local en el
garage de mi casa. Fue un punto de inflexión muy importante: resultó un éxito enorme
gracias al boca en boca", relata. Pocos meses después, abrió su primer
local comercial, en el barrio porteño de Belgrano.
Hoy, tiene una planta donde trabajan unos cien empleados, y
cuenta con cinco locales en la ciudad de Buenos Aires. El que abrió en el shopping
Patio Bullrich ofrece también variedades saladas, producto de un convenio con
el chef Fernando Trocca.
Nucha proyecta abrir dos locales más, tal vez en San Isidro,
pero eso es todo. "El negocio artesanal tiene un límite. No se usan
químicos ni conservantes, así que no se puede planificar una producción en gran
escala. Además, de esa manera se perdería el sentido, sería otro negocio",
explica.
Sus hijos todavía trabajan con ella. Uno de los varones
maneja el marketing, la relación con los proveedores y la apertura de nuevos
locales; su hija se dedica con ella a la producción y el otro varón es el
principal proveedor de los dulces.
"No disponíamos de capital inicial", revela.
"Mi marido estuvo un tiempo enfermo antes de morir y nos encontrábamos en
una situación económica muy precaria. El negocio lo armamos con los años, poco
a poco, dando pasos pequeños pero firmes".
Martha Alles, consultora en recursos humanos opina que el
caso de Nucha es emblemático porque "para muchas mujeres trabajar no es
una opción, sino una necesidad. Con hijos pequeños o sin ellos, deben salir al
mercado laboral para mantener el hogar.
En la Argentina, el porcentaje de familias cuyo jefe de
hogar es una mujer ha aumentado considerablemente en los últimos años. En 1960
era del 4,9 % y en la actualidad, en la Ciudad de Buenos Aires, uno de cada
tres hogares es mantenido por una mujer, según datos oficiales".
Asimismo, Pepe Robles confirma que entre 1991 y 2003 los
hombres mayores de 50 años redujeron su nivel de empleo de 83 a 73%, mientras
que, en el caso de las mujeres, ese índice pasó de 33 a 48%."Esto refleja
un cambio cultural importante. Hay una nueva generación de mujeres más
relacionada con el mercado del trabajo, nacida en la década del '50 y formada
en los años '60-'70. Aunque no debe desestimarse la situación económica, que
obliga a salir a trabajar a toda la familia", comenta el investigador.
Martha Alles sostiene que, en comparación con los varones,
las mujeres "tienen una predisposición a transitar mejor la etapa
posterior a los 50, al igual que otras circunstancias no deseadas, por ejemplo,
el período de desempleo".
Y Nucha parece darle la razón: "Creo que la clave para
empezar de grande es hacer lo que a uno le gusta, que a esta altura de la vida
ya debería saber qué es, y hacerlo, no bien, sino muy bien. Hay que ser el
número uno".
Asociarse o competir
Distinto es el caso de quienes padecen las consecuencias de los
retiros anticipados, que la mayoría de veces llegan sin anunciarse. La
compraventa de empresas y las fusiones son una de la razones por las que un
número significativo de personas, voluntariamente o no, se retira varios años
antes de la edad prevista para su jubilación. Según Alles, ante el retiro
anticipado luego de muchos años de trabajo, se despliegan varias alternativas:
"Si se opta por el autoempleo, habrá que decidir qué
actividad realizar. Por un lado, si se tiene un alto
conocimiento y capital, se puede competir con el ex empleador. Pero también se
puede representar a ese ex empleador en otros mercados. Otra posibilidad es
transformar un hobby en una salida laboral o encontrar nuevas aplicaciones a
los estudios formales".
Yoga en la oficina
Tal es el caso de Julio Aguirre, quien se alejó del universo
empresario para dedicarse a su pasión, el yoga. Este emprendedor comenzó su
carrera a los 23 años, cuando ingresó a la compañía Techint. "A los 28
años ya era gerente financiero en Arabia Saudita, adonde fui transferido y me
quedé hasta 1982", relata. De regreso al país, se incorporó al plantel de
la petrolera Bridas, del grupo Bulgheroni, donde trabajó hasta fines de 1989,
cuando se puso al frente de la gerencia financiera de Somisa.
Aunque ya tomaba cursos de yoga desde 1980, tuvieron que
pasar diez años, y un fuerte sacudón anímico, para que descubriera las virtudes
de la milenaria disciplina. "Durante la intervención de Somisa, me tocó
soportar una fuerte presión política, a la que no estaba acostumbrado. Entonces
me volqué de lleno al yoga y descubrí una herramienta sólida que me permitió
salir adelante". Esa fue la bisagra.
Durante los años '90, Aguirre se desempeñó como consultor
del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), pero su pasión por el yoga fue
ganando terreno. En 2000, viajó a las Bahamas, donde se encuentra uno de los
centros de la Organización Sivananda, una de las entidades más fuertes en la
difusión del yoga en Occidente. De vuelta en Buenos Aires, decidió comenzar a
dictar clases para ejecutivos y, más adelante, capturó el interés de varias
compañías medianas.
La posibilidad de darle un cariz más institucional y
profesional a su trabajo se la sugirió una ex colega de Techint, Paula
Molinari, hoy propietaria de la consultora Whalecom. "Conozco los
problemas del mundo empresario, y por eso enseño, sobre la base del yoga, a
mejorar la calidad de vida en la oficina, desde cómo sentarse frente a la
computadora hasta practicar la elongación, o relajarse en momentos de tensión",
explica Aguirre, y cuenta que está trabajando con grupos de gerentes y
secretarias de directorio en programas de una hora, dos veces por semana.
Entre sus clientes, se destacan compañías de la envergadura
de Wal-Mart, Pirelli y Procter & Gamble.
"No gano lo mismo que en otros tiempos, pero vivo
feliz: me bajé de la calesita. Los miedos que tuve que vencer no tenían que ver
con la actividad que estaba a punto de comenzar, sino con el hecho de dejar
atrás lo malo conocido. Pasé de ser el ejecutivo de traje y corbata, que se la
pasaba de reunión en reunión, a usar ropa más relajada e informal",
reflexiona.
Del hospital al bar
Desde que Aguirre ingresó al mundo del yoga, en la década
del '80, hasta que fundó su propia empresa, pasaron 20 años. Esto es lo que
Martha Alles llama período de transición, que se presenta cuando "una
persona que, teniendo un empleo, desea cambiarlo por un proyecto personal tiene
el tiempo suficiente para pasar de un estadio al otro. La situación se plantea
como particular, porque durante ese lapso debe manejar dos proyectos en
simultáneo".
Alejandro Delucchi contempla esta situación a partir de su
propia experiencia. Miembro del equipo del Hospital Municipal Julio Méndez y
médico hipertensólogo desde hace veinte años, se asoció con dos amigos, Carlos
Clerici y Carlos Campanelli, para cumplir un sueño: tener un bar.
Ubicado en la esquina de Chivilcoy y Mosconi, en la porteña
Villa Devoto, El Desigual —ése es el nombre con el que lo bautizaron— ya se
sostiene por sí solo. "Estoy en una etapa en la que no tengo que poner más
plata, el negocio genera lo suficiente como para autofinanciarse", dice el
médico.
"Poco a poco, estoy orquestando mi pase de actividad.
La relación paciente-médico no la veo para toda la vida. De hecho, sueño con
estudiar Bellas Artes y montar un pequeño hotel en la región de Traslasierras,
en Córdoba", revela el médico.
Pero reconoce que, por el momento, sus mayores ingresos
provienen de la medicina y que "vivir entre pinceles y en la montaña"
es un proyecto a futuro. "Estoy en plena transición", dice para
después afirmar enfáticamente que, a sus 46 años, se siente de 30. "Ese es
hoy mi espíritu", asegura.
Oportunidad inesperada
Claro que no siempre la etapa de transición es tan larga. A
veces, la necesidad obliga a buscar una salida rápida, sin escalas, que exige
un poco de creatividad y mucho de audacia.
"La verdad, no lo esperaba, me lo propusieron y no
dudé". Así describe Javier Vulijscher, de 48 años, su reacción cuando le
ofrecieron realizar una campaña de contactos telefónicos en Estados Unidos,
desde Buenos Aires, en octubre del año pasado. "Estaba sin trabajo y de un
día para el otro me encontré llamando a funcionarios norteamericanos, del
Departamento de Seguridad Interior, de la Secretaria de Educación y hasta del
FBI", cuenta este emprendedor.
La tarea no fue sencilla; tuvo que persuadir a estos
funcionarios extranjeros de que asistieran a la presentación de un nuevo
programa de e-learning. Para ello sólo necesitó una computadora conectada a la
Web, un sistema para llamar a números telefónicos vía Internet y mucho coraje.
"Por suerte, la convocatoria fue tan exitosa que ya
estamos planeando la siguiente campaña", cuenta Vulijscher, quien también
se apresta a lanzar su empresa de secretariado virtual internacional, llamada
Outsourcing BA.
Esta propuesta le llegó de la mano de un lobbista
norteamericano, socio de la compañía RD Stategies, que conoció a través de un
empresario local. "Cuando él venía a Buenos Aires, me pedía que le
organizara salidas culturales y de recreación. Al poco tiempo, me propuso que
presupuestara una salida para clientes que venían de visita a la ciudad. Así
fue como empecé".
Comenta con orgullo que ya tiene otro cliente: una empresa
local que produce tejidos artesanales y que lo contrató para generar contactos
que le faciliten la tarea de ubicar sus creaciones en mercados externos.
Con un título de dibujante técnico de la Universidad de
Belgrano, fluidez en cinco idiomas y experiencia laboral en áreas tan disímiles
como la industria textil, la arquitectura, el arte y el turismo, este argentino
que vivió en Francia, España e Inglaterra encontró en su capital cultural y sus
experiencias extra-laborales la fuente de su actual trabajo.
Tras un emprendimiento industrial que con la crisis del 2001
entró en crisis, Vulijscher salió a flote de una manera inesperada.
"Ahora aposté todas las fichas a este proyecto, pero
jamás pensé que mis ingresos estarían ligados a contactar personas dentro y
fuera del país", reconoce.
La casa propia
En un área de trabajo muy distinta, a Gladys Niños, de la
empresa inmobiliaria Digla Propiedades, le ocurrió algo similar: empezó casi de
casualidad dos décadas atrás, cuando tenía 50 años.
Una amiga le pidió que averiguara si había un departamento
disponible en el edificio donde ella vivía. Y se lo consiguió. Bioquímica de
profesión, abandonó su carrera cuando nació su hija. Con los años, quiso
retomar pero las cosas habían cambiado mucho y ella estaba desactualizada. Así
que vio en el negocio inmobiliario una verdadera oportunidad. Cursó la carrera
de corredora y martillera inmobiliaria, y arrancó. Más tarde, se asoció con su
amiga Dinah Furman, licenciada en química.
Cinco años después, las emprendedoras inmobiliarias
decidieron que tener un local a la calle era fundamental para alcanzar una
mejor organización. Y pensaron en el barrio de Núñez, que estaba en pleno
crecimiento.
Este paso representó, según evoca ahora, un cambio
cualitativo en su actividad, por varios motivos. "El local obliga a
cumplir un horario, cosa que trabajando desde casa, no se cumple a
rajatabla", afirma. "Además, tenemos muchos clientes del barrio que
llegan por el local, la gente ve, entra y pide una tasación".
"Siempre fui independiente y manejé mi dinero, pero mi
trabajo me ayudó a sortear momentos económicos difíciles. Y además, trabajar me
ayuda a no estar tan encima de mi hija, ni de mis nietos, ni de mi marido.
Ocupar las horas en un trabajo que me gusta es lo mejor que me pudo pasar en la
vida", reflexiona.
Etapas biológicas
Su trayectoria laboral ilustra, además, una situación muy
usual entre las mujeres. Según Martha Alles, "la mujer acomoda
permanentemente su carrera laboral a sus etapas biológicas y de construcción
familiar. Es una verdadera artista que maneja el arte de equilibrio, cuidando
todos sus roles".
Precisamente, el cuidado de su papel como emprendedora le
permitió a Gladys desarrollar un proyecto laboral sostenido en el tiempo.
"Creo que la clave para permanecer en el mercado, después de haber
empezando en la etapa de la madurez, fue hacer tasaciones reales y correctas,
poner avisos frecuentes y creativos, y brindar una atención personalizada y
seria".
Cultivar el negocio
Los expertos consultados para esta investigación coinciden
en que una de las características que comparten los emprendedores que iniciaron
su negocio en la madurez es la actitud proactiva y la idea de que la vida, en
efecto, empieza a los 40, como afirma el dicho popular.
"Si alguien inicia un proyecto independiente a los 45 o
50 años, seguramente es una persona de gran fortaleza, con una notable
presencia de ánimo. No cualquiera se anima a iniciar algo a esa edad. La gran
ventaja es que generalmente sabe a dónde quiere ir, y quien está en esta
posición ya dio un paso muy importante", afirma Nora Socolinsky.
Este perfil parece ajustarse como un guante a la
personalidad de Olga Iacono de Novoa, de 54 años, que vive en Santa Fe y se
dedica al cultivo de hongos, entre otras cosas. Según cuenta, cuando cumplió
los 50 no se deprimió, sino todo lo contrario: sintió que le sobraba el tiempo
y que quería trabajar más horas.
Para entonces, sus hijos ya vivían en Buenos Aires y su hija
en Estados Unidos.
Si bien ya trabajaba desde su casa como bioquímica,
realizando análisis clínicos, se le ocurrio una idea que la decidió a emprender
un nuevo camino.
Luego de su retiro voluntario de Somisa, en 1991, su marido
había comprado cuatro hectáreas en el cinturón hortícola de Santa Fe con el
sueño de levantar una fábrica de conservas. Pero, en principio, el capital del
que disponían no alcanzaba para un proyecto tan ambicioso y entonces comenzaron
a comercializar "verdura lavada", una tarea que hoy siguen realizando
exitosamente: acelga, espinaca, rúcula y radicheta que se corta, se lava y se
envasa con hoja entera.
Hongos de la suerte
"En el 2001, me di cuenta de que había un vestuario
desocupado y se me ocurrió que podía ser un lugar ideal para cultivar hongos.
Primero intenté con el champignon, pero resultaba muy engorroso. Así que probé
con las gírgolas, un cultivo más limpio y sencillo, que tiene una fragancia
lindísima", relata Iacono.
Hoy, junto con su marido, no solo cultivan hongos sino que
producen micelio (la semilla) y con los troncos que antes se tiraban hacen
paté. Además, preparan conservas de gírgolas. De manera que tienen cubierto
todo el proceso de cultivo, nada se desperdicia.
Según explica Iacono, se trata de un negocio que todos
pueden llevar a cabo, ya que se necesita una inversión inicial muy baja, de
alrededor de $ 300, para la paja de trigo (lo que consume el hongo), algún
producto que funcione como pasteurizador para eliminar los contaminantes de la
paja que van a competir con el hongo, el micelio o semilla, un termómetro, una
balanza, cal hidratada, yeso y bolsas de nylon negras. Eso es todo.
Después, sólo hay que invertir $ 15 por mes para comprar los
10 kilos de paja de trigo que consume el hongo y un kilo de semillas. A esto
hay que sumar el consumo de energía. Entre 40 y 60 días después del sembrado se
obtienen 10 kilos de gírgolas que se comercializan a $ 10 el kilo. El proceso
productivo, asegura Iacono, es sencillo e insume poco tiempo.
Vender y enseñar
Con la idea de ampliar el negocio más allá del cultivo de
las gírgolas, Iacono comenzó a elaborar y vender libros de recetas y textos de
su autoría en los que se enseña a producir hongos y elaborar alimentos a partir
de ellos.
Actualmente, el matrimonio vende 80 kilos de gírgolas
frescas por mes, además de un centenar de frascos de conserva de hongos al
escabeche y en almíbar y también el paté.
Y como si todo esto fuera poco, Iacono se convirtió en
capacitadora. Recientemente fue invitada a Neuquén para participar en el
Segundo Foro Nacional de Productores y Comercializadores de Hongos que se
realizó en la Escuela de Cocineros Patagónicos. Su labor consistió en enseñar a
los productores a utilizar el hongo en comidas y conservas artesanales.
Pero hizo mucho más: presentó a los chefs una mesa de gírgolas
con patés, piononos rellenos, escabeches y gírgolas a la moca como postre.
Pasta de docente
Además de haber adquirido experiencia como emprendedora,
Iacono ha encontrado una veta interesante en la capacitación. "El primer
encuentro taller lo organizamos en abril de 2002. Formamos grupos de
productores, los capacitamos y empezamos a comprar su producción. Primero la
vendimos en los supermercados fresca y seca. Cuando el volumen fue mayor
comenzamos a elaborar tres líneas de productos envasados: gírgolas al natural,
escabeche de gírgolas y gírgolas en almíbar con cascaritas de naranja y canela",
relata. Incluso desarrollaron su propio método para ofrecer degustaciones:
"con una plancha para bifes y una cocinita de camping, hacemos gírgolas
con chimichurri y la gente se lo lleva todo. Hasta el chimichurri lo sacamos
con marca porque nos lo piden", explica con orgullo.
De los hongos al chimichurri, la experta en cultivos
desarrolló su propio negocio en consonancia con lo que los expertos señalan
como rasgos esenciales para un emprendedor maduro: no sólo avanzó gracias a su
actitud proactiva, sino también, y muy especialmente, gracias a la
predisposición a animarse a más.
Que, en definitiva, no es otra cosa que resolver
"tirarse a la pileta": eso es lo que hacen los mayores de 40 años
que, con audacia y empeño, se lanzan a desarrollar una actividad propia cuando
el mercado del trabajo les cierra las puertas o se convencen de que ha llegado
el momento de intentar llevar a la realidad un proyecto independiente que
vienen imaginando desde años atrás. La creatividad, el ingenio y la osadía son,
en estos casos, elementos tanto o más cruciales que el capital inicial.
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