viernes, 11 de abril de 2014

Claves para empezar después de los 40

¿Cómo hacen los que, en plena madurez, deciden emprender un negocio propio? Protagonistas de este fenómeno y expertos en el tema hablan de las ventajas y los obstáculos que se encuentran cuando se abandona la trayectoria de toda una vida para probar suerte en el universo empresario.


Silvia Rodiño y Nicolás Morazzo

Basta con echar una mirada a los avisos de búsquedas laborales en los diarios para comprobar que quienes han superado los 40 años raramente son tenidos en cuenta cuando se trata de incorporar personal. Y los números confirman esta tendencia. Según datos de 2005 de la ONG Instituto Mundo del Trabajo (IMT), en la Argentina la cantidad de trabajadores mayores de 50 años es de 3,05 millones, de un total de 5,75 millones de personas que tienen entre 50 y 64 años. Es decir, poco más de la mitad (53,04 %). Por otro lado, se calcula que el 20% del universo de trabajadores de 18 a 50 años se desempeña en forma independiente, pero ese índice asciende a 30% en la franja de los mayores de 50.
"Hasta no hace mucho, los mayores de 60 apenas representaban el 2% de la población. La idea básica era que quienes estaban en el mercado de trabajo tenían entre 18 y 50. El régimen jubilatorio se estableció con este criterio; era un premio al superviviente", argumenta Pepe Robles, director del área de investigaciones del IMT.
Pero actualmente el panorama es distinto: el 10% de la población tiene más de 60 años. Lo que, según Robles, impacta en el mercado laboral de dos maneras: "sobre los mayores que todavía no tienen edad para jubilarse, pero no encuentran trabajo porque son objeto de la discriminación; y sobre aquellos que, al jubilarse, se transforman en sujetos pasivos aunque se encuentran en un momento plenamente creativo y activo de sus vidas".

Ahora o nunca
En este contexto, la creatividad y el ingenio son fundamentales cuando está en juego buscar o generar un empleo para quien ronda los 50 años. Es más, ésta puede ser una oportunidad ideal para jugarse por un proyecto que quedó relegado para un futuro impreciso. Así lo hicieron muchos trabajadores que se encontraron desocupados en plena madurez. Eso sí, en todos los casos, primero tuvieron que demostrarse a sí mismos que, hicieran lo que hiciesen, no se trataba de empezar de cero.
Según Nora Socolinsky, de NS Consultora, los adultos mayores que están buscando una fuente de trabajo tienen que tomar conciencia de que "cuentan con un capital personal acumulado durante su vida, un capital que se traduce en saberes de distinta índole: organizar, administrar, ordenar, conducir. En sus agendas (reales y virtuales) disponen de contactos de lo más diversos. La clave es usarlos para avanzar".
Eso constituye una diferencia: "Es distinto posicionarse desde un 'no tengo nada1' que desde un 'tengo un capital para ofrecer1'. No hay duda de que será necesaria la capacitación y la actualización de conocimientos, pero lo fundamental será poner en juego el capital cultural y laboral ya existente", explica Socolinsky-.

Desde la cocina
Así lo entendió Regina Baena, de 64 años, conocida como Nucha, tanto por sus familiares y amigos como por los clientes de la cadena de repostería artesanal que lleva su apodo. "Siempre me gustó esto. Aprendí a cocinar desde chica y tengo bastante imaginación. Hice cursos y durante años la pastelería fue mi hobby. Hacía tortas para las fiestas que mis hijos organizaban en el colegio juntando fondos para el viaje de egresados. Las madres me compraban seguido, pero no me lo tomé en serio hasta que falleció mi marido".
En 1987, con 46 años, Nucha enviudó. "La necesidad me llevó a pensar en esto como un negocio", dice sin vueltas. Al comienzo, trabajaba en la cocina de su casa, sus hijos hacían de cadetes o la ayudaban a batir huevos. "Cuando la cocina quedó chica, construí un local en el garage de mi casa. Fue un punto de inflexión muy importante: resultó un éxito enorme gracias al boca en boca", relata. Pocos meses después, abrió su primer local comercial, en el barrio porteño de Belgrano.
Hoy, tiene una planta donde trabajan unos cien empleados, y cuenta con cinco locales en la ciudad de Buenos Aires. El que abrió en el shopping Patio Bullrich ofrece también variedades saladas, producto de un convenio con el chef Fernando Trocca.
Nucha proyecta abrir dos locales más, tal vez en San Isidro, pero eso es todo. "El negocio artesanal tiene un límite. No se usan químicos ni conservantes, así que no se puede planificar una producción en gran escala. Además, de esa manera se perdería el sentido, sería otro negocio", explica.

Sus hijos todavía trabajan con ella. Uno de los varones maneja el marketing, la relación con los proveedores y la apertura de nuevos locales; su hija se dedica con ella a la producción y el otro varón es el principal proveedor de los dulces.
"No disponíamos de capital inicial", revela. "Mi marido estuvo un tiempo enfermo antes de morir y nos encontrábamos en una situación económica muy precaria. El negocio lo armamos con los años, poco a poco, dando pasos pequeños pero firmes".
Martha Alles, consultora en recursos humanos opina que el caso de Nucha es emblemático porque "para muchas mujeres trabajar no es una opción, sino una necesidad. Con hijos pequeños o sin ellos, deben salir al mercado laboral para mantener el hogar.
En la Argentina, el porcentaje de familias cuyo jefe de hogar es una mujer ha aumentado considerablemente en los últimos años. En 1960 era del 4,9 % y en la actualidad, en la Ciudad de Buenos Aires, uno de cada tres hogares es mantenido por una mujer, según datos oficiales".
Asimismo, Pepe Robles confirma que entre 1991 y 2003 los hombres mayores de 50 años redujeron su nivel de empleo de 83 a 73%, mientras que, en el caso de las mujeres, ese índice pasó de 33 a 48%."Esto refleja un cambio cultural importante. Hay una nueva generación de mujeres más relacionada con el mercado del trabajo, nacida en la década del '50 y formada en los años '60-'70. Aunque no debe desestimarse la situación económica, que obliga a salir a trabajar a toda la familia", comenta el investigador.
Martha Alles sostiene que, en comparación con los varones, las mujeres "tienen una predisposición a transitar mejor la etapa posterior a los 50, al igual que otras circunstancias no deseadas, por ejemplo, el período de desempleo".
Y Nucha parece darle la razón: "Creo que la clave para empezar de grande es hacer lo que a uno le gusta, que a esta altura de la vida ya debería saber qué es, y hacerlo, no bien, sino muy bien. Hay que ser el número uno".



Asociarse o competir
Distinto es el caso de quienes padecen las consecuencias de los retiros anticipados, que la mayoría de veces llegan sin anunciarse. La compraventa de empresas y las fusiones son una de la razones por las que un número significativo de personas, voluntariamente o no, se retira varios años antes de la edad prevista para su jubilación. Según Alles, ante el retiro anticipado luego de muchos años de trabajo, se despliegan varias alternativas: "Si se opta por el autoempleo, habrá que decidir qué
actividad realizar. Por un lado, si se tiene un alto conocimiento y capital, se puede competir con el ex empleador. Pero también se puede representar a ese ex empleador en otros mercados. Otra posibilidad es transformar un hobby en una salida laboral o encontrar nuevas aplicaciones a los estudios formales".

Yoga en la oficina
Tal es el caso de Julio Aguirre, quien se alejó del universo empresario para dedicarse a su pasión, el yoga. Este emprendedor comenzó su carrera a los 23 años, cuando ingresó a la compañía Techint. "A los 28 años ya era gerente financiero en Arabia Saudita, adonde fui transferido y me quedé hasta 1982", relata. De regreso al país, se incorporó al plantel de la petrolera Bridas, del grupo Bulgheroni, donde trabajó hasta fines de 1989, cuando se puso al frente de la gerencia financiera de Somisa.
Aunque ya tomaba cursos de yoga desde 1980, tuvieron que pasar diez años, y un fuerte sacudón anímico, para que descubriera las virtudes de la milenaria disciplina. "Durante la intervención de Somisa, me tocó soportar una fuerte presión política, a la que no estaba acostumbrado. Entonces me volqué de lleno al yoga y descubrí una herramienta sólida que me permitió salir adelante". Esa fue la bisagra.
Durante los años '90, Aguirre se desempeñó como consultor del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), pero su pasión por el yoga fue ganando terreno. En 2000, viajó a las Bahamas, donde se encuentra uno de los centros de la Organización Sivananda, una de las entidades más fuertes en la difusión del yoga en Occidente. De vuelta en Buenos Aires, decidió comenzar a dictar clases para ejecutivos y, más adelante, capturó el interés de varias compañías medianas.
La posibilidad de darle un cariz más institucional y profesional a su trabajo se la sugirió una ex colega de Techint, Paula Molinari, hoy propietaria de la consultora Whalecom. "Conozco los problemas del mundo empresario, y por eso enseño, sobre la base del yoga, a mejorar la calidad de vida en la oficina, desde cómo sentarse frente a la computadora hasta practicar la elongación, o relajarse en momentos de tensión", explica Aguirre, y cuenta que está trabajando con grupos de gerentes y secretarias de directorio en programas de una hora, dos veces por semana.
Entre sus clientes, se destacan compañías de la envergadura de Wal-Mart, Pirelli y Procter & Gamble.
"No gano lo mismo que en otros tiempos, pero vivo feliz: me bajé de la calesita. Los miedos que tuve que vencer no tenían que ver con la actividad que estaba a punto de comenzar, sino con el hecho de dejar atrás lo malo conocido. Pasé de ser el ejecutivo de traje y corbata, que se la pasaba de reunión en reunión, a usar ropa más relajada e informal", reflexiona.



Del hospital al bar
Desde que Aguirre ingresó al mundo del yoga, en la década del '80, hasta que fundó su propia empresa, pasaron 20 años. Esto es lo que Martha Alles llama período de transición, que se presenta cuando "una persona que, teniendo un empleo, desea cambiarlo por un proyecto personal tiene el tiempo suficiente para pasar de un estadio al otro. La situación se plantea como particular, porque durante ese lapso debe manejar dos proyectos en simultáneo".
Alejandro Delucchi contempla esta situación a partir de su propia experiencia. Miembro del equipo del Hospital Municipal Julio Méndez y médico hipertensólogo desde hace veinte años, se asoció con dos amigos, Carlos Clerici y Carlos Campanelli, para cumplir un sueño: tener un bar.
Ubicado en la esquina de Chivilcoy y Mosconi, en la porteña Villa Devoto, El Desigual —ése es el nombre con el que lo bautizaron— ya se sostiene por sí solo. "Estoy en una etapa en la que no tengo que poner más plata, el negocio genera lo suficiente como para autofinanciarse", dice el médico.
"Poco a poco, estoy orquestando mi pase de actividad. La relación paciente-médico no la veo para toda la vida. De hecho, sueño con estudiar Bellas Artes y montar un pequeño hotel en la región de Traslasierras, en Córdoba", revela el médico.
Pero reconoce que, por el momento, sus mayores ingresos provienen de la medicina y que "vivir entre pinceles y en la montaña" es un proyecto a futuro. "Estoy en plena transición", dice para después afirmar enfáticamente que, a sus 46 años, se siente de 30. "Ese es hoy mi espíritu", asegura.

Oportunidad inesperada
Claro que no siempre la etapa de transición es tan larga. A veces, la necesidad obliga a buscar una salida rápida, sin escalas, que exige un poco de creatividad y mucho de audacia.
"La verdad, no lo esperaba, me lo propusieron y no dudé". Así describe Javier Vulijscher, de 48 años, su reacción cuando le ofrecieron realizar una campaña de contactos telefónicos en Estados Unidos, desde Buenos Aires, en octubre del año pasado. "Estaba sin trabajo y de un día para el otro me encontré llamando a funcionarios norteamericanos, del Departamento de Seguridad Interior, de la Secretaria de Educación y hasta del FBI", cuenta este emprendedor.
La tarea no fue sencilla; tuvo que persuadir a estos funcionarios extranjeros de que asistieran a la presentación de un nuevo programa de e-learning. Para ello sólo necesitó una computadora conectada a la Web, un sistema para llamar a números telefónicos vía Internet y mucho coraje.
"Por suerte, la convocatoria fue tan exitosa que ya estamos planeando la siguiente campaña", cuenta Vulijscher, quien también se apresta a lanzar su empresa de secretariado virtual internacional, llamada Outsourcing BA.
Esta propuesta le llegó de la mano de un lobbista norteamericano, socio de la compañía RD Stategies, que conoció a través de un empresario local. "Cuando él venía a Buenos Aires, me pedía que le organizara salidas culturales y de recreación. Al poco tiempo, me propuso que presupuestara una salida para clientes que venían de visita a la ciudad. Así fue como empecé".
Comenta con orgullo que ya tiene otro cliente: una empresa local que produce tejidos artesanales y que lo contrató para generar contactos que le faciliten la tarea de ubicar sus creaciones en mercados externos.
Con un título de dibujante técnico de la Universidad de Belgrano, fluidez en cinco idiomas y experiencia laboral en áreas tan disímiles como la industria textil, la arquitectura, el arte y el turismo, este argentino que vivió en Francia, España e Inglaterra encontró en su capital cultural y sus experiencias extra-laborales la fuente de su actual trabajo.
Tras un emprendimiento industrial que con la crisis del 2001 entró en crisis, Vulijscher salió a flote de una manera inesperada.
"Ahora aposté todas las fichas a este proyecto, pero jamás pensé que mis ingresos estarían ligados a contactar personas dentro y fuera del país", reconoce.

La casa propia
En un área de trabajo muy distinta, a Gladys Niños, de la empresa inmobiliaria Digla Propiedades, le ocurrió algo similar: empezó casi de casualidad dos décadas atrás, cuando tenía 50 años.
Una amiga le pidió que averiguara si había un departamento disponible en el edificio donde ella vivía. Y se lo consiguió. Bioquímica de profesión, abandonó su carrera cuando nació su hija. Con los años, quiso retomar pero las cosas habían cambiado mucho y ella estaba desactualizada. Así que vio en el negocio inmobiliario una verdadera oportunidad. Cursó la carrera de corredora y martillera inmobiliaria, y arrancó. Más tarde, se asoció con su amiga Dinah Furman, licenciada en química.
Cinco años después, las emprendedoras inmobiliarias decidieron que tener un local a la calle era fundamental para alcanzar una mejor organización. Y pensaron en el barrio de Núñez, que estaba en pleno crecimiento.
Este paso representó, según evoca ahora, un cambio cualitativo en su actividad, por varios motivos. "El local obliga a cumplir un horario, cosa que trabajando desde casa, no se cumple a rajatabla", afirma. "Además, tenemos muchos clientes del barrio que llegan por el local, la gente ve, entra y pide una tasación".
"Siempre fui independiente y manejé mi dinero, pero mi trabajo me ayudó a sortear momentos económicos difíciles. Y además, trabajar me ayuda a no estar tan encima de mi hija, ni de mis nietos, ni de mi marido. Ocupar las horas en un trabajo que me gusta es lo mejor que me pudo pasar en la vida", reflexiona.

Etapas biológicas
Su trayectoria laboral ilustra, además, una situación muy usual entre las mujeres. Según Martha Alles, "la mujer acomoda permanentemente su carrera laboral a sus etapas biológicas y de construcción familiar. Es una verdadera artista que maneja el arte de equilibrio, cuidando todos sus roles".
Precisamente, el cuidado de su papel como emprendedora le permitió a Gladys desarrollar un proyecto laboral sostenido en el tiempo. "Creo que la clave para permanecer en el mercado, después de haber empezando en la etapa de la madurez, fue hacer tasaciones reales y correctas, poner avisos frecuentes y creativos, y brindar una atención personalizada y seria".

Cultivar el negocio
Los expertos consultados para esta investigación coinciden en que una de las características que comparten los emprendedores que iniciaron su negocio en la madurez es la actitud proactiva y la idea de que la vida, en efecto, empieza a los 40, como afirma el dicho popular.
"Si alguien inicia un proyecto independiente a los 45 o 50 años, seguramente es una persona de gran fortaleza, con una notable presencia de ánimo. No cualquiera se anima a iniciar algo a esa edad. La gran ventaja es que generalmente sabe a dónde quiere ir, y quien está en esta posición ya dio un paso muy importante", afirma Nora Socolinsky.
Este perfil parece ajustarse como un guante a la personalidad de Olga Iacono de Novoa, de 54 años, que vive en Santa Fe y se dedica al cultivo de hongos, entre otras cosas. Según cuenta, cuando cumplió los 50 no se deprimió, sino todo lo contrario: sintió que le sobraba el tiempo y que quería trabajar más horas.
Para entonces, sus hijos ya vivían en Buenos Aires y su hija en Estados Unidos.
Si bien ya trabajaba desde su casa como bioquímica, realizando análisis clínicos, se le ocurrio una idea que la decidió a emprender un nuevo camino.
Luego de su retiro voluntario de Somisa, en 1991, su marido había comprado cuatro hectáreas en el cinturón hortícola de Santa Fe con el sueño de levantar una fábrica de conservas. Pero, en principio, el capital del que disponían no alcanzaba para un proyecto tan ambicioso y entonces comenzaron a comercializar "verdura lavada", una tarea que hoy siguen realizando exitosamente: acelga, espinaca, rúcula y radicheta que se corta, se lava y se envasa con hoja entera.

Hongos de la suerte
"En el 2001, me di cuenta de que había un vestuario desocupado y se me ocurrió que podía ser un lugar ideal para cultivar hongos. Primero intenté con el champignon, pero resultaba muy engorroso. Así que probé con las gírgolas, un cultivo más limpio y sencillo, que tiene una fragancia lindísima", relata Iacono.
Hoy, junto con su marido, no solo cultivan hongos sino que producen micelio (la semilla) y con los troncos que antes se tiraban hacen paté. Además, preparan conservas de gírgolas. De manera que tienen cubierto todo el proceso de cultivo, nada se desperdicia.
Según explica Iacono, se trata de un negocio que todos pueden llevar a cabo, ya que se necesita una inversión inicial muy baja, de alrededor de $ 300, para la paja de trigo (lo que consume el hongo), algún producto que funcione como pasteurizador para eliminar los contaminantes de la paja que van a competir con el hongo, el micelio o semilla, un termómetro, una balanza, cal hidratada, yeso y bolsas de nylon negras. Eso es todo.
Después, sólo hay que invertir $ 15 por mes para comprar los 10 kilos de paja de trigo que consume el hongo y un kilo de semillas. A esto hay que sumar el consumo de energía. Entre 40 y 60 días después del sembrado se obtienen 10 kilos de gírgolas que se comercializan a $ 10 el kilo. El proceso productivo, asegura Iacono, es sencillo e insume poco tiempo.

Vender y enseñar
Con la idea de ampliar el negocio más allá del cultivo de las gírgolas, Iacono comenzó a elaborar y vender libros de recetas y textos de su autoría en los que se enseña a producir hongos y elaborar alimentos a partir de ellos.
Actualmente, el matrimonio vende 80 kilos de gírgolas frescas por mes, además de un centenar de frascos de conserva de hongos al escabeche y en almíbar y también el paté.
Y como si todo esto fuera poco, Iacono se convirtió en capacitadora. Recientemente fue invitada a Neuquén para participar en el Segundo Foro Nacional de Productores y Comercializadores de Hongos que se realizó en la Escuela de Cocineros Patagónicos. Su labor consistió en enseñar a los productores a utilizar el hongo en comidas y conservas artesanales.
Pero hizo mucho más: presentó a los chefs una mesa de gírgolas con patés, piononos rellenos, escabeches y gírgolas a la moca como postre.

Pasta de docente
Además de haber adquirido experiencia como emprendedora, Iacono ha encontrado una veta interesante en la capacitación. "El primer encuentro taller lo organizamos en abril de 2002. Formamos grupos de productores, los capacitamos y empezamos a comprar su producción. Primero la vendimos en los supermercados fresca y seca. Cuando el volumen fue mayor comenzamos a elaborar tres líneas de productos envasados: gírgolas al natural, escabeche de gírgolas y gírgolas en almíbar con cascaritas de naranja y canela", relata. Incluso desarrollaron su propio método para ofrecer degustaciones: "con una plancha para bifes y una cocinita de camping, hacemos gírgolas con chimichurri y la gente se lo lleva todo. Hasta el chimichurri lo sacamos con marca porque nos lo piden", explica con orgullo.
De los hongos al chimichurri, la experta en cultivos desarrolló su propio negocio en consonancia con lo que los expertos señalan como rasgos esenciales para un emprendedor maduro: no sólo avanzó gracias a su actitud proactiva, sino también, y muy especialmente, gracias a la predisposición a animarse a más.
Que, en definitiva, no es otra cosa que resolver "tirarse a la pileta": eso es lo que hacen los mayores de 40 años que, con audacia y empeño, se lanzan a desarrollar una actividad propia cuando el mercado del trabajo les cierra las puertas o se convencen de que ha llegado el momento de intentar llevar a la realidad un proyecto independiente que vienen imaginando desde años atrás. La creatividad, el ingenio y la osadía son, en estos casos, elementos tanto o más cruciales que el capital inicial.

No hay comentarios:

Publicar un comentario