Y llegó el día en que se supo que los bárbaros avanzaban
hacia las puertas de la ciudad con la intención de poner cerco al palacio. Se
cuenta que esa noche, cuando llegaron las noticias del avance enemigo se vio el
rostro del monarca marcado por el temor y la responsabilidad, pero en ningún
momento abatido por el miedo.
Al amanecer el rey ordenó a sus servidores que abrieran
todas las puertas y ventanas, y acto seguido se instaló en una de las almenas a
fin de observar la llegada de los invasores. Inmutable, les vio avanzar hasta
la escalinata de palacio.
Pero su serenidad perturbó hondamente a los bárbaros. Éstos
supusieron que les esperaba una trampa en su interior. En vez de poner cerco a
aquel lugar, el jefe reunió a sus hombres y tocó a retirada.
El rey dijo entonces a sus servidores: -Ved, y no olvidéis
nunca que, una misma emoción, el miedo, a ellos les ha impulsado a huir
atemorizados y a nosotros nos ha motivado a permanecer en nuestro puesto,
encontrando una respuesta creativa a tan atemorizante situación.
(Adaptación libre de un relato anónimo de la tradición
china)
¿Recuerdas algún momento de tu vida en que un miedo se
adueñó de ti? ¿Qué precio pagaste por eso?
¿Recuerdas cuando fuiste capaz de adueñarte de una situación
aun sintiendo miedo? ¿Cuál fue tu recompensa?
Tenemos miedo cuando creemos que existe la posibilidad de
que suceda, o de que haya sucedido, algo malo, perder algo que valoramos, o no
conseguir un resultado deseado. El miedo es una emoción que se presenta, nos
avisa de un peligro, e invita a la acción, la preparación y el uso de energía
para proteger aquello que apreciamos. También anima a investigar lo desconocido
y a tomar las medidas de precaución que resulten más convenientes para
protegernos de una amenaza.
Pero, ¿qué sucede cuando los miedos son ilusiones que
vivimos como si fueran ciertas? ¿Te has sentido alguna vez secuestrado por el
miedo, sintiéndote paralizado, incapaz de verificar los hechos y de avanzar
hacia tus objetivos? Los miedos surgen de diversas fuentes. Es interesante
tomar conciencia de ellos, aceptarlos y examinarlos para determinar su origen y
si son o no infundados. Puede que se trate de miedos que se remontan a la
niñez, dado que los padres tratan de hacer todo lo posible por proteger a sus
hijos. Cuando éramos niños aprendimos a tener miedo de las cosas nuevas, de lo
desconocido o de todo aquello para lo que no teníamos explicación. Pensamos que
el pasado es una buena fuente de información de lo que puede ocurrir en el
presente y en el futuro y confundimos interpretaciones con hechos. Aprendimos
el comportamiento y hoy lo seguimos empleando automáticamente, aunque las
circunstancias sean diferentes y tengamos muchos más recursos que entonces. Nos
vemos como víctimas a merced de los acontecimientos olvidando nuestra capacidad
para responder frente a la situación. Olvidamos que, aunque no puede alterar
las circunstancias, siempre podemos actuar sobre el efecto que los
acontecimientos tienen sobre nosotros a distintos niveles.
A veces utilizamos nuestros miedos para justificar nuestra
imposibilidad de llevar a cabo ciertas cosas. Elegimos tener miedo con tal de
no salir de nuestra zona de comodidad. Y odiamos admitirlo porque creemos que
tener miedo está mal. Es el momento para detenernos y averiguar las razones de
ese miedo: ¿Qué tienes miedo de hacer? ¿Qué te asusta? ¿qué te imaginas que
puede suceder? ¿qué pérdida te ocasionaría que eso sucediese? ¿qué te hace
pensar que eso puede suceder y que si sucede te causará daño? ¿se te ocurre
alguna forma de reducir la probabilidad de que eso suceda? ¿se te ocurre alguna
forma de reducir la magnitud del daño que sufrirías en el caso de que eso
suceda? ¿Podrías hacer mas importante la posibilidad que el temor te descubre
que el miedo propiamente dicho? ¿hay alguna otra cosa que necesitarías hacer
para estar en paz aunque sigas sintiendo miedo?
Desde esta perspectiva de investigación, el miedo puede ser
nuestro amigo, porque por lo general, tenemos miedo por alguna excelente razón.
A menudo, la mejor solución es enfrentar ese miedo para luego entrar en acción.
Analiza el por qué de tus miedos y piensa en lo que podrías hacer para
mitigarlos. Entonces, te será mucho más fácil ponerte manos a la obra. No
tenemos el poder de hacer desaparecer el miedo una vez la emoción se instala en
nosotros, lo que podemos hacer es aprender a hacer las cosas sintiendo esa
sensación. Cuando hayas aprendido a ponerte en acción con miedo, este
aprendizaje te durará para siempre. Visualízate teniendo coraje, recordando las
veces que lo supiste actualizar para enfrentar lo que te atemorizaba. Recuerda
que si una vez tuviste coraje es porque es parte de ti y por lo tanto está
disponible, a tu alcance, siempre que lo necesites.
Cuando uno canaliza su miedo mediante acciones concretas,
tiene mayor probabilidad de reducir el riesgo que lo acecha o los daños que
pueden ocurrir. Más allá del resultado final, quien actúa en coherencia con sus
valores y objetivos experimenta durante el proceso su integridad personal. Sabe
que hizo lo mejor posible más allá de los resultados. Así, puede acceder a una
sensación de paz interior. En este estado, es capaz de aceptar la posibilidad
de una pérdida y prepararse para afrontarla.
Si quieres realizar tus sueños, tendrás que correr algunos
riesgos. Las personas que nunca se arriesgan suelen anquilosarse y marchitarse.
Necesitamos coraje para ser emprendedores, definiendo el coraje como esa
cualidad de carácter que te permite hacer lo que hay que hacer, enfrentar con
valor el peligro, sabiendo que existe la posibilidad de que lo peor ocurra. El
riesgo es una invitación a expandirse y saltar las propias limitaciones.
Entonces el máximo potencial del ser humano aparece para hacerse cargo de la
situación. Como decía Anais Nin, la vida se contrae y se expande en relación
directa a nuestro coraje.
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